.En mayo de 2004 tuve la oportunidad de publicar en este mismo periódico un artículo titulado La revolución en los servicios financieros. En él exponía, con numerosos ejemplos, que la falta de independencia en el asesoramiento ofrecido por las entidades financieras, debido al interés comercial, desembocaría en una crisis que revolucionaría el sistema financiero tal y como hoy lo conocemos.
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Desgraciadamente, la crisis ya ha estallado. Y este periódico publicaba hace unos días unos interesantes artículos sobre la crisis titulados: Trampas inadmisibles en época de crisis y Cuando el problema es el exceso de codicia. En ellos se explicaban con gran detalle ejemplos concretos de los problemas para el consumidor provocados por el conflicto existente entre el asesoramiento y la venta en el sector financiero. Parece como si este sector hubiera perdido su misión estratégica esencial de mejorar la salud financiera de los clientes y se hubiera quedado exclusivamente con la misión miope de maximizar sus beneficios a corto plazo.
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De todas formas, creo que no es el momento de seguir haciendo leña sobre el árbol caído. Bastantes problemas tienen entre manos todos los que trabajan de una forma u otra en este sector. No es necesario continuar explicando la infinidad de ejemplos donde el «exceso de codicia» ha llevado a los clientes a tomar malas decisiones. Creo, honestamente, que es el momento para la búsqueda de soluciones.
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En este sentido, el prestigioso profesor Robert Schiller, de la Universidad de Yale, en su reciente libro The Subprime Solution: How Today's Global Financial Crisis Happened, and What to Do about It afirma que la solución debe llegar a través de una mejora en la infraestructura de la información financiera. Indica que la clave está en la creación de sistemas donde la gente pueda obtener asesoramiento financiero desinteresado, provocando lo que él denomina «la democratización de la industria financiera».
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Estos sistemas deberían proveer a los clientes la información que es realmente relevante. Aquello que les facilita la toma de correctas decisiones. En su opinión, el día que esto ocurriera, viviríamos en un mundo mucho mejor, del que nunca volveríamos hacia atrás. Veríamos el sector financiero del pasado como algo anticuado y caduco. Indudablemente, él opina que llevar a cabo estos cambios va a costar bastante trabajo. Va a exigir coraje y liderazgo por parte de los políticos y reformadores que tengan que asumir la responsabilidad de las decisiones. Pero ya se ha hecho en otras ocasiones con problemas similares y seguro que se logrará de nuevo. La recesión que se avecina va a ser dura y larga. Quizá éste sea el aviso del momento para el cambio.
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Desde mi modesta posición como profesor de la Universidad Politécnica de Madrid, coincido plenamente con el profesor Schiller. De hecho, fue esta necesidad de reformar el asesoramiento ofrecido a los clientes lo que me impulsó a abandonar en 2003 mi carrera en el sector bancario y dedicarme a investigar sobre el diseño de sistemas que permitieran la Industrialización del Asesoramiento Financiero Independiente.
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En la tesis doctoral, que defendí en junio de 2007, trabajé sobre varias posibles soluciones. En mi opinión, la solución más eficaz exigiría que el regulador impidiera realizar a una misma entidad la venta y el asesoramiento financiero simultáneamente. Igual que ocurre con los servicios sanitarios. Unos, los médicos, te asesoran y otros, los farmacéuticos, te venden los productos con una receta. De hecho, este interesante cambio en los servicios sanitarios no se produjo hasta el siglo XIX, en el que la regulación comenzó a impedir que una misma persona fuera médico y farmacéutico del pueblo simultáneamente. Gracias a esto, la Coca-Cola dejo de ser un medicamento vendido por los curanderos que iban de pueblo en pueblo recetando lo mismo a todos los enfermos.
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Existen otras posibilidades de reforma menos valientes, pero encaminadas también a conectar mejor al consumidor final con la información clave. Muchas de ellas, en línea con lo que propone Schiller, tendrían que lanzarse de forma que nos ayudaran a experimentar con todos estos nuevos conceptos.
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Un primer ejemplo sería el papel que el Estado, o la Administración de cada comunidad autónoma, podría jugar como agente defensor de los ciudadanos, ayudándoles a tomar buenas decisiones para mejorar su salud financiera. En esta línea podrían desarrollar centros de salud financiera análogos a los centros de asistencia primaria, o simplemente como un servicio añadido a los de salud ofreciendo un chequeo financiero personal o consultas financieras; modificar los programas educativos de primaria y bachiller incorporando asignaturas obligatorias de Economía Personal y Doméstica; y mejorar la comunicación de los principios generales de inversión a través de folletos, bases de datos, programas de radio y televisión, realizando un esfuerzo análogo al que hace el Ministerio de Sanidad.
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Un segundo ejemplo, sería la utilización de internet con el fin de industrializar el asesoramiento. En esta línea el premio Nobel de Economía, profesor William Sharpe, creó hace unos años una página web -www.financialengines.com- con esa finalidad. De hecho, entre mis colaboradores y yo, como parte de nuestras investigaciones, hemos creado un prototipo en esta dirección.
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Un tercer ejemplo serían acciones concretas que podría tomar el regulador financiero para mejorar la transparencia. En esta línea podrían mejorar la transparencia en los gastos forzando a informar mejor al cliente sobre la ratio de Gastos Totales u, obligando a los agentes bancarios a informar a sus clientes de los ingresos que obtienen como colaboradores de la entidad financiera sobre las comisiones que ésta cobra al cliente asesorado, tal y como ocurre en California.
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Estos sencillos, pero poderosos cambios en la regulación, impulsarían una radical innovación en todo el sector financiero al acercar la información esencial, de manera sencilla, al pequeño cliente. Seguramente, aparecerían auténticos asesores similares a los médicos y, las entidades financieras, se centrarían de verdad en ser eficientes distribuidores de productos y servicios financieros.
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Posiblemente, estos cambios forzarán dolorosas reestructuraciones en la plantilla y en las redes de sucursales de las entidades financieras. El asesoramiento se industrializará y democratizará de forma natural. Los sistemas financieros anteriores nos resultarán anticuados y artesanales. Quedarán caducos. Y seguramente, como apunta Robert Schiller, lograremos tener un mundo mejor y con menos turbulencias financieras.
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Carlos Casanueva Nárdiz es profesor de Mercados Financieros de la Universidad Politécnica de Madrid.